Personaildad

Hoy me he acordado de un trauma infantil que tuvo mucho que ver con lo que soy ahora. O eso creo.

Ocurrió cuando era muy muy pequeña, pero que mucho. Vamos, que aun jugaba con muñecas. Habiamos ido a montar en un tiovivo de toda la vida con mi hermana y mi madre. La atracción era de lo mejorcito, caballitos de madera de muchos estilos, luces de colores, todo como en las mejores familias. Una gran ilusión para los crios de entonces (ahora prefieren montañas rusas de 30 metros de altura con caidas en picado). Cuando el tiovivo paró y nos tocó subirnos, mi madre preguntó a mi hermana donde quería montar y la llevó en brazos hasta su elección. Yo en cambio, ya estaba en condiciones de montar solita.

En aquella época aun me creía una princesa de cuentos de hadas (me parece inverosimil hasta a mi ahora…), así que elegí una carroza tirada por un par de caballos blancos. El tiovivo empezó a girar, la música sonó, las luces brillaron y miré a mi hermana que estaba detrás de mi. Sujetada por mi madre y fuertemente agarrada a las riendas, montaba un espléndido corcel de batalla que subia y bajaba además de dar vueltas. Comparé… Mi carroza no hacía nada. Pero nada de nada. E hice lo que hacen todos los crios cuando se empiezan a dar cuenta de que la vida es cruel e injusta. Me eché a llorar.

No contenta con eso, me bajé de mi insípido carruaje de princesita y berreé con todas mis fuerzas parada en medio del tiovivo. Mi madre no pudo venir, estaba sujetando a mi hermana. Luego me preguntó de por que no me había cambiado de caballito, pero no tenía edad para entender que siempre existen otras opciones. En aquel momento, mi desazón era enorme y ni siquiera me planteé el hecho de que existiera una solución.

Creo que fue a partir de ese día cuando dejé de lado las muñecas. Ser princesa era muy aburrido. Te pasabas la vida encerrada en el castillo mientras otros corrian aventuras para rescatarte.. o rescatar a otras. En mi juguete favorito se convirtió una caja de mecano, luego un juego de electrónica (hasta llegué a hacer una radio que no funcionaba y unas luces de navidad que fundieron los plomos de todo el edificio). Empecé a trepar las vallas que consideraba que estaban obstaculizándome el paso y a veces, las que no me obstaculizaban, también.

Un trauma infantil de lo mas ridículo fue el primer paso para convertirme en lo que soy.

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