Hace unos seis años escribí en ese blog una última entrada mas o menos seria, tras la cual, 2 años después escribí un post de un ladrido.
O sea, 4 años llevando un blog medianamente decente y, de repente, silencio con exclamación.
Y todo tiene un porque. Y si… pienso relatarlo. Pués porque me pica y me apetece.
Entonces, empecemos. Que paso hace seis años?
Un hermoso día de verano, estaba yo de visita en casa de mi prima. Estabamos relajadas, arreglando el mundo de boquita con ayuda de un par de refrescantes calimochos. Bueno un par, un par…. no. Habrán caido un par de litros. Pero cayeron bien, sobre blandito. Vamos, que estabamos relajadas. Y en ese maravilloso estado, de repente, sonó la gran frase: «¡Como me apetece un Jolodets!».
Para los que no estéis al tanto de la cocina de mi tierra natal, un jolodets es un plato frío, de ternera mechada, en gelatina. ¿Horrible eh? Una cosa temblorosa, fria y con grumos cárnicos dentro. Pobres animales, colesterol y un largo etcetera. Resumiendo, que esta de vicio.
¿Como reacciona una persona normal a la que le entra un antojo? Hay varias maneras:
1: Se queja un rato y, para lidiar con la decepcionante vida, se toma otro calimochito.
2: Va directa a la cocina y, tras varios pasos entre los que se incluyen maldiciones por carencia de ingredientes, un paseo a la tienda mas cercana y 4 horas ante lo fogones, elabora el plato de su devoción dejándo la degustación para otro día ya que tanta actividad mental y física la dejó agotada.
3: Googlea el restaurante temático mas cercano, se da un paseo acompañándose de cánticos regionales hasta su ubicación, y degusta el plato en cuestión servido por un amable (o no tanto) camarero.
¡Facil! Demasiado facil…
Y aqui nos ves, las dos Marias, borrachas, con antojo de jolodets, compadeciéndose de los pobres mortales que no han tenido la enorme suerte de degustar ese ambrosiaco plato a diario, les apetezca o no, dando con la cuarta solución:
¡Abramos un restaurante!
Continuará… y tanto
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